lunes, 4 de octubre de 2010

Ensayo Personal


Turistas nunca saben donde han estado.
Viajeros nunca saben adonde van.[1]

            Al momento de encontrarme en Guatemala conocí a María. María Guadalupe la Sagrada. Desde el principio sabía que sería peligrosa. Pero lo que no sabía era que ella me entregaría a los mandíbulos de mi destino. 
            Cuando conocí a María Guadalupe la Sagrada, sabía su nombre aunque nadie nos había presentado porque lo tenía pintado en brillantes letras, cursivas y impresas, sobre sus desnudas nalgas. María nació en Georgia, pero no recibió su nombre hasta que se mudó a Guatemala despúes de unos veinte años trabajando como cargador para niños que asistían a un campamento cristiano en Choteau, Montana. Esto lo sé porque también la tenía escrito como una tatuaje de la historia de su vida. Cuando ella llegó a Guatemala, acompañado por un gran grupo de sus compañeros, los guatemaltecos le dieron la bienvenida y se pusieron a pintarla. Al terminar el trabajo, estaba pintada con tantos colores y deseños chillones que parecía un tren del circo. Y en realidad funcionó más o menos como un tren del circo, salvo que María no era un tren sino un bús.
            Abordé María Guadalupe la Sagrada y descubrí que el brocha- el ayudante del conductor que toma el dinero de los pasajeros y que grita los destinos y que agarra canastas de pollo para tirarlas encima del bus- el brocha estaba acostado sobre una partición entre yo y el gordo conductor. Me miró con ojos enrojecidos. Volví la mirada y noté que tenía baba secada sobre su mentón. Ya sabía el precio y le di entonces los quince quetzales. “Veinte,” murmuró, moviendo los dedos. “No,” dije, y me empuje hacia atrás.
            Me senté en el unico asiento vacío y vi que en vez de retrovisor colgaba un letrero con una pegatina de Tweety Bird por un lado, una pegatina de Yosemite Sam por el otro lado, y en el medio letras en oro: “JESUS ES LA UNICA ESPERANZA PARA TI.”
            He llegado a un país donde los buses tienen nombres, los conductores tienen brochas emborrachos y donde usan Jesús en vez de retrovisores. Acababa de terminar este pensamiento cuando María corcoveó, expulsó una columna de humo oscuro, y salió a chorros.
            En cada parada más gente subía al camión, desde las dobles puertas atrás, las escaleras enfrente y aun por encima con el equipaje y los gallos. Me envolvió un grupo de niños. Todos se vestían en trajes brillantes pero apagados de polvo. Tocaron mi pelo mientras se reían como animales liberados. Empezamos a bajar una serie de curvas serpenteantes. Pasamos por una y otra gritando y dando toques de claxon para asegurar que no hubiera buses subiendo mientras estabamos bajando. Los asientos eran largos y lizos, y deslizamos desde la derecha a la izquierda. Me cerré los ojos y empecé a rezar a Jesús, la única esperanza para mí. En ese momento pasamos por una curva y María dio la vuelta y salío volando por debajo- una distancia de más de tres cientos metros. “Voy a morir,” suspiré. Las niñas que llenaban mi asiento me abrieron los ojos con sus pequeños dedos. “¡No,” gritaron en mi oreja, “no vamos a morir! No te preocupes… es divertido!” De repente me pasaron una planta- una flor en terracotta- y tuve que agarrarla con toda mi fuerza para que no deslizara en todas direcciones.
Al momento de doblar el ultimo zigzag, vi el lago. El Lago Atitlan. Envuelto por una corona de volcanes, el agua turquesa quemaba del sol del mediodía como un espejo de luz. Por todo el lago no había ni una sombra. El lago con sus alas azules extendidas debajo del nuboso regazo del cielo, el lago con su aureola de montañas, con su superficie de hielo líquido y encendido del deslumbrante sol, el lago como un ojo que nunca cierra y que tiene intimidad con cada una de las estrellas. En ese momento me enamoré del Lago Atitlan. Y sin saber que me tragaría el universo, llegúe con mis alas desplegadas.
Desde entonces me he enamorado de todos los aspectos del lago, aun la gente; desde el pelo liso, largo y negro que fluye detrás de las mujeres como cortinas de muerte hasta el olor de alcohol y sangre que sigue a los hombres como perros hambrientos. Y sé que voy a pasar una gran parte de mi vida allá, escondiéndome de aquí mientras me encuentro allí.  Me encontraré allí en un mundo bárbaro, asco, caótico, y absolutamente resplendente.
Por eso quiero enfocarme y los ensayos asignados este semestre en Guatemala, especialmente las lenguas indigenas y la educación[2].



Apendice

Ensayo de Resúmenes y Comentarios
En el que el autór se enfoca en la situación general de la población indigena del Lago Atitlán. Por analizar tres recursos diferentes, se deriva un contexto comprehensivo de los indigenas de raices Maya que residen en la orilla del lago.

La Exposición
En el que el autór analiza la sistema educacional de las comunidades del Lago Atitlan, con un enfoque en el alfabetismo.

Ensayo Libre
En el que el autór describe algunas experiencias que vivió en varios pueblos por el Lago Atitlán.

Ensayo Persuasivo
En el que el autór pide o sugiere algunas cosas que se puede hacer (sea o instituciones privadas o gubernamentales) para mejorar la educación de los indigenas del lago.


[1] Paul Theroux. Traducido por Leela Greenberg.
[2] Ver apendice para más información con respecto a los ensayos del semestre.